Questo contributo ci appare particolarmente attuale, soprattutto alla luce della polemica alimentata da “Famiglia cristiana”.
Boaventura de Sousa Santos è dottore in “Sociologia del diritto” presso l’Università di Yale e professore ordinario nella Facoltà di Economia dell’Università di Coimbra.
Los riesgos en una
América Latina bipolar
por Boaventura de Sousa Santos
El objetivo es salir de una democracia de baja intensidad, hacia una democracia de alta intensidad, que torne el mundo menos propicio al neoliberalismo
América Latina es una pieza clave en las estrategias de las empresas transnacionales y de los gobiernos del norte global. La expansión del mercado transformó el agua, los servicios de salud y la educación en mercadería. La mercantilización de los recursos naturales es fundamental para la acumulación de capital a mediano plazo, ubicando la biodiversidad enorme de América Latina en el centro de los intereses.
El proceso de "refocalizar" América Latina se aceleró debido al fracaso de la guerra de Irak. Los Estados Unidos percibieron que, durante su relativa ausencia, se gestaron cambios y los procesos sociales avanzaron fuera de su control, resultando en gobiernos progresistas y movimientos sociales fuertes que llegaron al poder a través de la democracia, siendo que los Estados Unidos usan el discurso de la democracia para justificar sus intervenciones.
En este escenario, se está desarrollando una nueva contra-insurgencia, mezcla de las estrategias de la Alianza para el Progreso y una política de división de los movimientos, específicamente el indígena. La protesta es criminalizada de manera brutal y la militarización se torna más profunda. Incapaz de conquistar el apoyo popular, el neoliberalismo intenta sustituir "desarrollo" y "democracia" por "control" y "seguridad".
Esto es consecuencia de la profundización de la exclusión social, de la miseria y de la desigualdad, lo que implica la emergencia de un fenómeno del fascismo social. No un régimen político, sino una forma de sociabilidad donde algunos tienen la capacidad de veto sobre la vida de otros. Corremos el riesgo de vivir en sociedades políticamente democráticas, pero socialmente fascistas.
El mejor ejemplo de esta lógica es el doloroso aumento del hambre en el mundo, que muestra la contradicción entre la vida y el ansia de lucro. La emergencia del fascismo social muestra que la modernidad, como proyecto, está quebrada, porque no cumplió sus promesas de libertad, igualdad y solidaridad, y no va a cumplirlas.
Surge, entonces, la contradicción entre el paradigma de la seguridad y de la lucha contra el terrorismo y los Estados que reivindican su soberanía, los movimientos sociales y, específicamente, las luchas de los pueblos indígenas. En los territorios indígenas está el 80% de la biodiversidad latinoamericana. Organizaciones como la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas, la Confederación Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería de Perú y la Coordinadora Nacional de Ayllus y Marqas son un peligro para el status quo.
La criminalización de la disidencia en América Latina es todavía más fuerte contra los indígenas, como vemos en Perú y en Chile. Existe la intención de transformar a los indígenas en los terroristas del siglo XXI, como muestran los documentos de la CIA. El uso de las leyes anti-terroristas contra los dirigentes indígenas está basado en una descaracterización total del concepto de terrorismo, dado que esto significa atacar y causar daños a civiles inocentes. En el caso de las luchas indígenas, son ataques contra la propiedad privada para defender otra propiedad, la comunitaria y ancestral.
Esto no cabe en ningún concepto de terrorismo.
La regionalización subnacional ha sido promovida por el Banco Mundial en forma de descentralización, que apuntó a desmembrar el Estado central a través de la transferencia de responsabilidades hacia los niveles locales. En Bolivia, existía una descentralización dirigida por las autonomías indígenas, a partir de una visión política y cultural sólida, que permitió que los indígenas ganasen algo con las políticas de descentralización del BM.
Pero la bandera de la descentralización fue asumida ahora por las oligarquías, en respuesta a la pérdida de control del Estado central que ellas sufrieron. Ellos siempre fueron centralistas, pero ahora levantan la bandera de la autonomía para defender sus privilegios económicos. Esto generó un problema político para el movimiento indígena en Bolivia, que ha promovido la autonomía de los oprimidos, no de los opresores. La "autonomía" de Santa Cruz es ilegal bajo la vieja Constitución; se está por aprobar una nueva. La decisión de las autonomías cabría al Congreso.
He defendido, en Bolivia, la diferenciación entre autonomías ancestrales y las de la descentralización. Propongo entender las autonomías indígenas como extraterritoriales con relación a las autonomías departamentales. Deberían estar basadas en un control total de su territorio, fuera de la gobernabilidad descentralizada, dado que son anteriores al proceso de descentralización. Pero sería necesario fortalecer la institucionalidad indígena, que aún es frágil frente al poder de las oligarquías bolivianas.
El debate actual es peligroso, porque existen deseos recíprocos de enfrentamiento armado. Las oligarquías no quieren dejar sus privilegios y los indígenas no van a dejar pacíficamente que el país sea dividido. Serían ellos los que defenderían el país.
Colombia y Perú representan el status quo neoliberal y a los Estados Unidos en la región. Son complementarios. Colombia representa la lógica militar que busca conflictos y tensiones, los cuales crean las condiciones para la militarización y la intervención. En Perú, es promovida una lógica similar, con fuerte criminalización de las organizaciones sociales, un primer paso que prepara la militarización posterior. Existen indicios de que la base de Manta, en Ecuador, se va a mudar para la Amazonia peruana.
Estamos entrando en una fase histórica de polarización. Por un lado, las políticas de mercantilización buscarán el libre acceso a los recursos naturales y la continuidad de los privilegios de las elites. Por el otro, existe un imaginario radicalizado en las fuerzas progresistas del continente, que desarrollaron concepciones diferentes de democracia, desarrollo, derechos y sustentabilidad, compartidas por cada vez más personas y organizaciones. Las fuerzas dominantes no pueden más cooptar este imaginario radical con sus propuestas de protección social. Por esto la represión.
El horizonte continúa siendo la democracia y el socialismo, pero un socialismo nuevo; su nuevo nombre es democracia sin fin. La democracia radical es una alternativa para dos ideas fundamentales. No creo que sea posible cambiar el mundo sin tomar el poder, pero tampoco podemos cambiar algo con el poder que existe hoy. Entonces, debemos cambiar las lógicas del poder y, para esto, las luchas democráticas son cruciales y son radicales, por estar fuera de las lógicas tradicionales de la democracia. Debemos profundizar la democracia en todas las dimensiones de la vida. De la cama hasta el Estado, como dicen las feministas. Pero también con las generaciones futuras y con la naturaleza, lo que es urgente para detener la destrucción del planeta.
Nuestro objetivo es salir de una democracia tutelada, restricta, de baja intensidad, para llegar a una democracia de alta intensidad, que torne el mundo cada vez menos confortable para el neoliberalismo. Pero la realidad no cambia espontáneamente. En política, para hacer algo es preciso tener razón a tiempo, en el momento oportuno, y tener fuerza para imponer esta razón.